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este sentimiento de lo dificultoso que resultaba conseguir la salvación, que se consideraba como la cosa más natural del mundo, y hasta necesaria, predicar en todas las misiones populares un sermón sobre el corto número de los que se salvan. Natu– ralmente lo hacían con el buen fin de meter el mie do en el cuerpo y lograr que los hombres entraran por el camino estrecho y seguro de los santos man damientos. No a humo de pajas dice el Espíritu Santo: «El temor de Dios es el principio de la sa– biduría». Y la experiencia popular corrobora: «El miedo guarda viña». - ¿ Y ahora ya no se predica ese sermón en las misones? - No, ahora ya no se predica ese sermón. Ni casi hay ya misiones. Ni casi se mientan las ver– dades eternas en la predicación. Por cierto que bien se ha lamentado de esto su Santidad Pablo VI. * * * - ¿Existen todavía más razones para probar que la salvación es difícil? - Sí, existen ciertas revelaciones privadas, según las cuales son muchas, muchísimas las per– sonas que se condenan cada día. Santa Teresa, por ejemplo, vio caer las almas en el infierno como copos de nieve en un día invernal. Claro que estas revelaciones privadas pueden tener una interpre– tación muy distinta de la que le da el vulgo y, desde luego, no merecen más crédito que el que reciben de los argumentos históricos en que se apoyan. 24

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