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zar por lo difícil, que es lo más amargo, para pasar luego a lo fácil, que nos dejará mejor sabor de boca. Camino de Jerusalén un individuo le pregunta a Jesús: «Señor, ¿son pocos los que se salvan? El le contestó: Esforzaos a entrar por la puerta es– trecha, porque os digo que muchos serán los que busquen entrar y no podrán». (Luc. XVll-23) Otro día Cristo se expresa de este modo: «En– trad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdi– ción, y son muchos los que por ella entran. Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida, y cuán pocos los que dan con ella». (Mateo Vll-13-15). Estas expresiones del Señor, al menos en apa– riencia rigoristas, pudieron contribuir a que, du– rante muchos siglos, prevaleciera la opinión de que era corto el número de los que se salvaban. El gran Padre y Doctor de la Iglesia, San Juan Cri– sóstomo, era de este mismo parecer. Dirigiéndose a sus fieles de Constantinopla, les manifestaba su temor de que, de los cien mil habitantes que tenía entonces la ciudad, apenas lograran salvarse cien personas. - ¡Qué horror! ¿Y las otras noventa y nueve mil novecientas... ? - Pues, hazte cargo, chico. Piensa que esta– ba tan arraigado en el alma del pueblo cristiano 22

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