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importante y decisiva para todo hombre de fe- es la de salvarse de la condenación eterna. - ¿Me puede decir por qué? - Sencillamente, porque la condenación eter- na es la suma de todos los males, el compendio de todos los infortunios, la más irreparable de to– das las desgracias. Condenarse, caer en el infierno es la mayor de todas las pérdidas y, por ello, sal– varse es también la mayor de todas las liberaciones. ¿Me has comprendido bien? -Sí, señor. - Pues, fíjate ahora en el reverso de la me- dalla. Porque la palabra Salvación tiene también un sentido positivo, un sentido de adquisición, de ganancia, de conquista. Por el mero hecho de verse uno libre del mayor de los males, que lo es la con– denación, es decir, la separación eterna de Dios, se da uno de cara con el mayor de todos los bienes, que es la SALVACION o posesión eterna del mismo Dios. Salvarse, en este sentido, comporta la mejor de todas las suertes, la más fabulosa de todas las ganancias, la conquista del mejor de todos los tro– feos, la más rica de todas las coronas ..., más clara y brevemente: la felicidad del cielo. - Entonces la palabra SALVACION tiene mu– cha miga. -Sí, hijo, sí; tiene mucha miga y también mucha corteza. La palabra SALVACION encierra dos realidades distintas, las dos transcendentes, pero tan unidas, tan inseparables como pueden 16

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