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regla, sin el pasaporte para el cielo, ¿qué podían hacer más que .desesperarse y maldecir eterna– mente su suerte? No seas tú, amigo mío, uno de esos. Escucha a don Antonio, escucha tam,bién a Juanito. ¿Quiénes son don Antonio y Juanito? Don Antonio y Juanito no son padre e hijo. Tam– poco son maestro y discípulo más que ocasional– mente. Con todo, el diálogo que van a sostener los siete días de la semana nos da pie para pensar que don Antonio hubiera hecho buen maestro, como Juanito hace buen discípulo. Ellos hablan de la sal-: vación, porque les gusta y les interesa, como está bien que les guste y les interese a todos los hom– bres y a todos los niños. Ni don Antonio es un sacerdote frustrado ni Juanito es, hoy por hoy, un proyecto de sacerdote. No hay entre ellos más /azos de unión que los de la amistad y la afición. Si alguien los compara o los identifica con el don Antonio y el Juanito de «Crónicas de un pue– blo», sepa que nadie le va a pedir cuentas de.ello. Y... ¿para qué añadir más datos personales? Ce– dámosles ya la palabra, porque ellos, en su ino– cente e improvisado diálogo, pueden decirnos o, al menos, recordarnos algo interesante. Como esos policías que van por la carretera, o como esas lanchas o esos coches de socorrismo, que no tienen más fin que proteger la vida de los 11

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