BCCCAP00000000000000000001351

interior, aunque no puedan exteriorizarlo de nin– guna manera! 6.ª) Tenga usted por norma llamar siempre al enfermo o moribundo por su nombre, si le es po– sible conocerlo. No hay estímulo más poderoso para despertar y avivar la atención de nuestro espí– ritu y disponerlo a entablar un diálogo amistoso, que el de sentirnos llamar por nuestro propio nombre. 7.ª) Si la gravedad o la agonía se prolongan, revístase usted de paciencia y caridad y no deje traslucir al exterior su cansancio o repugnancia. Y llame lo antes posible a un sacerdote, para que le administre los últimos sacramentos, si hay lugar a ello, y le dé la bendición apostólica, concedida por la Iglesia para el instante de la muerte. -A propósito del sacerdote, ¿cuándo le pa– rece a usted, don Antonio, que se debe avisar al sacerdote? ¿Cuando el enfermo está ya desahu– ciado o ha perdido el conocimiento? - No, de ninguna manera. Esto es lo que la– mentablemente se ha venido haciendo tantas veces con el pretexto de no asustar al enfermo. Parece un acto de piedad, pero es la peor de las cruel– dades. Al sacerdote hay que llamarlo, más o menos, cuando se llama al médico. Así la presencia del sacerdote en el hogar no será vista como la de un emisario de la funeraria. 100

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz