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\ atmósfera del alma en que ,el Santo vivía, ¿qué extraño, pues, que de ella hablara? Precisamen– te esto daba a sus senci¡Ias palabras lo simpá– tico, conmovedor y ayasallador, ya hablara ante la masa del pueblo, ya ante el Papa y los Car– denales 22 • Todos notaban en sus palabras. como se ,expr,esa San Buenav,entura, «el buen olor de la inspiración divina» 23 • Lo que de éste se en– &alza en el Oficio, puede decirse en mayores pro– porciones de su s,eráfico Padr,e: «Era una an– torcha ,que arde e ilumina puesta sobre el can– delero en el templo del Señor. En su ,corazón ardía el fuego y una llama salía de su boca. Ilu– minaba a todos los que esperan en el Señor; fueron caldeados y hechos ascuas como ,carbo– nes encendidos» 2 4, APLLCACIÓN. __, ¡Qué acertadamente también aquí nuestras Constituciones nos ponen una vez más la verdadera predicación franciscana como ideal! «Los predicadmes absténganse de expre– siones rebuscadas y del 1,enguaJe afectado, que no dicen bien ,con el humilde y desnudo Cruci– ficado; mas ,empleen palabras sencillas, puras y claras, pero inflamadas y llenas de amor divino y fervor apostólico» (205). Precisamente el fundamento de ,esta doble exi-'– gencia de s,encillez y fervor es ,enteramente fran– ciscano, pues nosotros predicamos al humilde y desnudo ,crucificado, y hasta ,en nuestro int•erior y exterior somos una imagen del Crucificado. Es significativo que los primeros capuchinos in– trodujeran la costumbre de poner en el púlpito junj¡o a¡ predicador un CrucUijo 25 • tPor esto el estudio, la meditación d,el Cruci– cado son, según nuestras Constituciones, el ca– . mino más seguro de la yerdadera predicación

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