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el pertenecer ,a la sociedad cristiana ni la abun– dancia de gracias que poseemos, sobre todo en la Sagrada Eucaristía. Al contrario, esta riqueza importa una más ,elevada responsabfüdad y. por . tanto, con mayor razón exige una más fi,el coope– ración y un esfuerzo personal más serio. El Após– tol llama ·la atención sobre el aleccionador des– tino del pueblo escogido. A pesar de su extraor– dinaria.• dirección por la grácia, de la poderosa libernción de la escl,avitud de Egipto, de la mi– lagrosa alimentación con el maná del cielo y el agua q.e la roca, l'a mayor parte del pueblo fué rehusada. «Dios no se agradó de Ia mayor .parte de. ellos, pues fueron postrados en el desierto» (I Cor., 10, 5). APLICACIÓN.-El Apóstol, aludiendo a la com– paración de las carreras y campeónatos, confie– sa de sí mismo: «Y yo corro, no como a la ven– tura por un premio incierto, no como •quien azota el aire, sino que castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que habiendo sido heraldo para los otros resulte yo descalificado» (I Cor., 9, 26 s.). ¿Podemos nosotros repetir esto? ¿Nos afanamos al menos por conseguir la salvación con el mis– mo celo con que los hijos del mundo persiguen sus intereses terrenos? ¡Cuántas y,eces nos con– funden ! Y no menos :personas honradas del mundo que no viven como nostros en la abun– dancia-de gracias. La lglesia nos recuerda continuamente que el ser cristianos, capuchinos y sacerdotes no •es aún una seguridad para nuestra salvación, sino que todas ,esas cosas no son ·más ,que santas obliga– ciones y mayores responsabilidades, y ,que «es coronado quien debidamente lucha» (lI Tim. 1 2, 5). .

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