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dicen, conforme a las palabras del Salvador: (El qué a vosotros oye, a Mí me oye» (l.,c., 10, 16), y :por eso también pr:e,dsamente nuestra obe– di~ncia ·franciscana no conoce· más limite que el pecado, la oposición a la voluntad diyina. Como nuestra Regla (c. X) y nuestras Consti– tuciones ( 229) insisten, debemos obedecer en todo aquello que c'laramente no reconozcamos como of,ensa a ·Dios. Así nuestra obediencia reUgiosa es con toc'la v,erdad no un seTvido a los hombr 1 es, sino un servicio a Dios. :En eUa está también su nobleza, pues «servir a Dios es reinar», según dic,e la Iglesia 2 , y la imi– tación de Cristo es siempre un servicio hon– roso. J?or eso exhorta San Bernardo: «¡Apr•en– de, hombre, a obediecer ! ¡Aprende, polvo, .a su– j,etarte ! 'Si te desdeñas, hombre, de imitar el ejemplo de los hombres, a lo menos no pu,edes reputar por cosa indecorosa para ti el seguir a tu Creador» 3. ¿[Por ventura, no compartimos 1a manera de pensar del mundo de que la obediencia es sólu para caracteres débiles, para nombres depen– dientes de otros, que temen la responsabilldad personal y que ,en todo necesitan de dire,cción, y por consiguiente, que con la obediencia cede– mos algo d,e nuestra dignidad de hombres? Esto es la sabiduría de este mundo que según las palabras del Apóstol, es necedad ante Dios (I 10or., 3). PETICIONES.-Gracias te doy, oh divino Maes– tro, porque también por ,el voto de obediencia me has llamado a tu más íntima compañía. Go- - 239 -

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