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propia castidad. En nuestra naturaleza catda existen siempre momentos de peligro aun sin que· de una u otra parte exista mala intención. A muchos un idealismo purisimamente comen– zado ha hecho al fin naufragar en virtud y quizá hasta en la ·vocación y en la fe. También el res.peto a los demás pide una pru– dente distancia. Con razón escribe San Agus– tín: «Una cosa es tu conciencia y otra cosa tu reputación». Como dicen nuestras Constitució– n.es , d€bemos «huir no solo de los pecados. sino 'hasta de cuanto puede tener apariencia die mal» (2.35). Sobre todo ,en el mundo actuál, que d,es– pués de lo que ha oído sobre sacerdótés y reli– giosos, nos observa con duplicada severidad y :nos aplica, no eón razón, una rigurosa medida. Este prudente retraimiento se debe manifes– tar en primer lugar, según nuestra santa Regla y nuestras constituciones, en que <<no tengamos sospechosas compañías o consejos de muj,et-es, (c. XI), bié!tl s€a que las mismas personas, por su edad juvenil, por su fama, etc./ o b'ién el lugar, el tiempo, la duración, .la frecuencia o el modo de pro;ceder puedan deipertar jU.stificada sospecha (236). El prudente retraimi,ento va más léj os ·y pide que se huya de toda familiaridad con mujer.es. De la ;familiaridad en 1as palabras/por ejem– plo: del inconveniente tutearse, de llamarse con nombres familiares, de la comunicación de asun– tos personales íntimos, y otras cosas parecidas. De la familiaridad en ,el modo de proceder: con aproximación demasiado grande, caricias, mi– radas fijas y escrutadoras. · Nuestro santo :Padre llamaba··· a la famiiiari .. dad «miel v•enenosa» 30 . de la que debemos guar- - 212 -

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