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no sólo en la esfera de lo corporal sino también en lo ·psíqui,co. Es cierto que como saoerdotes tenemos r-ela– ción paternal con otros y. cierto también que vivimos en una familia religiosa y rodeados d·e hermanos en religión. Sin embargo, prescinfüen– do enteramente de qu,e fueran raros los hom– bres con que, aun · fuera, en el mundo, tra– báramos amistad, nunca podrá darnos total y permanentemente la comunidad conventual más ideal lo que naturalmente sólo el otro sexo está llamado y capacitado para dar. Siempr,e nos quedará parte esencial ·de soledad como conse– cuencia necesaria de nuestra renuncia al amor conyugal 12 • Pero precisamente esta humana soledad li– br,emente elegida, esta renuncia al amor huma– no para poder consagrar a Cristo el propio amor nupcial, nós asegura, como regalo de bodas, ·su intimidad más estrecha, su ferventísimo amor mutuo. Si en ,el cielo las almas vírgenes forman en el íntimo y permanente cortejo del Cordero y cantan un cántico nuevo, que natlie fuera de ellas podrá cantar (A.pe. , 14, 1-5), · esta gloria enteramente propia, supone también, ya en este mundo, una gracia de índole enteramente :pe.. culiar, una unión con Cristo especialmente inti– ma y profunda, verdaderamente de amante es– poso. · 'Este trato singularmente íntimo, de esposo, con el «Esposo de lás almas vírgenes», sobre todo en la oración y en la ·santísima Eucaristía, nos permite encontrar, aunque en un orden más elevado, el complemento y perfección vital que naturalmente nos está negado. El preserva nues– tra soledad humana del triste aislamiento y de - 199-

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