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frecuentemente habrán recordado este viaje noc– turno ;con ·sus sustos y su apacible final. APLi,~11.cróN..,-'tempestades ha de haber en la V~da..de la ):glesia de Cristo y de todos sus verda– <;leros. dJscípUlos. y por eso también en la nues– tra., si somos verdaderos capuchinos y sacerdotes. El Maestro lo ha predicho: «;En el mundo habéis de tener trLbulacióri». Mas también añadió: «Pe– ro confiad, Yo he vencido al mundo» (Jn., 16, 33). ;El Rey victorioso a cuya palabra poderosa han obedecido la tempestad embravecida y •las rugientes olas, está también en nuestra nav•e– cilla. Muchas veces acaso quiere «dormir para probarnos y acrisolarnos; acaso nos deje luchar contra las olas y contra la tempestad sin que visiblemente intervenga ayudándonos; de cuan– do en cuando hasta quizá nos deje llegar hasta más no poder, de tal manera ,que clamemos .des– esperados: ,,Maestro, ¿no t,~ cuidas de que esta– mos ahogándonos?» En realidad vigila sobre nos– otros como ningún otro. «No dormirá, no dor– mitará, el que guarda a Israel» (Salrn., 120, 4). Cuando haya negado su hora, se -levantará con majestad, y :como entonces clamará imperioso: «¡,CaJla! ¡Sosiégate!», lo· que equivale a decir– nos que empleemos todas nuestras energías y que paciente y confiadamente esperemos la hora de Cristo. «T•ened paciencia, hermanos, hasta la venida deÍ Señor» (Siant., 5, '.]). Nuestro Padre San Francisco ha insertado en su Regla la exhor– tación del Salvador: «Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia». El que per– severar,e hasta. el fin ése será salvo (c. JO). ....,...' 143 -
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