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94 P. David de la Calzada 258 Entre las cosas serias de la vida está su fin, que es la muerte. Ese fin tiene que llegar para todos. Pero a nadie le es lícito acelerarlo con su imprudencia irres– ponsable. Precisamente para evitarlo, Dios ha promul– gado su quinto Mandamiento, que dice: «No matar». Pero este Mandamiento no se ha dado sólo para los sal– teadores del antifaz y el trabuco o los terroristas de la metralleta; se ha dado también para todos los conduc– tores y peatones, que es lo mismo que decir: «Para ti y para mí. .. ». 259 Es de héroes saber jugarse la vida por una causa digna en defensa de nobles ideales. Pero es de idiotas jugársela en la carretera por el placer de la velocidad o el de adelantar a otro coche. Sobre sus tumbas podría grabarse este epitafio: «Aquí yace un tonto que se jugó la vida por algo que no valía la pena». 260 ¡Cuidado con los coches parados! También puede ser peligroso maniobrar entre ellos. Veámoslo en esta instantánea: La joven señora vuelve a casa hecha una furia. -¿Qué te ocurre? -le pregunta el esposo. -¡Ahí es nada! Un bestia que me ha dado un en- contronazo. Me ha roto los faros y me ha chafado el radiador. -¡Caramba! ¿No irías con demasiada velocidad? -Ni siquiera a cuarenta por hora. -Entonces iría veloz el otro. -Nada de eso. El muy idiota estaba parado... ¡Por este camino alguno le va a echar la culpa de su

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