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92 P. David de la Calzada carretera durante el último fin de semana. Y me eché a temblar. Estaba claro que no había seguridad ni en el aire ni en el mar ni en la tierra firme (que no sé por qué la llaman firme, cuando también a veces se revuelve con los temblores de los seísmos). Y pensé para mí: El peli– gro es inseparable del hombre. Lo único que nos queda (y no es poco) es conjurarlo en lo posible con una buena dosis de prudencia y responsabilidad. 255 Cuando en España se trazaron las primeras vías fé– rreas y en las carreteras aparecieron los primeros auto– móviles, muchos campesinos protestaron contra aquellos artefactos de velocidad endiablada que podían matarles sus animales domésticos. Y trabajaron lo indecible, y muchas veces lo consiguieron, porque carreteras y vías férreas pasarán lejos de sus poblados. Hoy ya parece que no. se toman en consideración los animales muertos, sino los m1Ies de personas que el trá– fico rodado se traga todos los años en las vías de comu– nicación de España. Y sin embargo, hoy todos quieren que las carreteras y vías férreas pasen lo más cerca po– sible de sus pueblos. Antes se veían sólo los inconve– nientes; hoy parece que se ven más las ventajas. Parece que ya hemos perdido el miedo. ¿O es tal vez que nos hemos acostumbrado a las desgracias, y nos resignamos al verlas compensadas por los beneficios? Sí; que pasen cerca la carretera y el ferrocarril. Son muchos los bene– ficios que pueden traernos. Pero que esto no nos exima de tomar todas las precauciones para salvaguardar las vidas humanas, que valen más que todas las carreteras, ferrocarriles y mercancías del mundo. 256 Se ha simulado un accidente. Un coche volcado en

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