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«Stop» a la muerte 91 252 El periódico se encarga de traernos con relativa fre– cuencia una nueva versión del eterno caso. Un automo– vilista atropella a otro coche o a un peatón en la carre– tera. Y, en vez de parar y ·apearse para prestar noble– mente los auxilios necesarios a sus víctimas, pisa el acelerador y huye como alma que lleva el diablo bus– cando la impunidad en el anónimo ... No le importa, por lo visto, que sus víctim'as se desangren y mueran como unos perros sobre el asfalto ... ¿Somos cristianos, o so– mos gentiles? ¿Somos hombres, o somos fieras? ¿Te– nemos en el pecho un corazón de carne, o un bloque de cemento armado? 253 ¡Cuidado con las curvas! A cada paso pueden reser– varnos una sorpresa desagradable. Pero ¡cuidado tam– bién con las rectas adormecedoras, generadoras de una confianza excesiva! En la carretera nunca se s·abe dónde está el mayor peligro; pero peligro siempre hay. No de– bemos olvidarlo. Y el peligro suele estar muchas veces al lado de la confianza. 254 Cuando yo crucé por primera vez el océano, la cons– tante movilidad del barco a impulsos del oleaje y los cambios atmosféricos me hacía pensar que el gran peli– gro de la vida del hombre estaba en el mar. Me parecí'a que al saltar a tierra firme desaparecerían todos los pe– ligros y podría sentirme seguro. ¡Pobre de mí! Al desembarcar cogí un periódico en el primer quiosco y me encontré con la noticia de un accidente de aviación en el que habían perecido todos los ocupantes y con la estadística de los muertos en la

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