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82 P. David de la Calzada ban, les llegó también a ellos ... Y su nombre, uno más, pasa a engrosar las listas de las innumerables vícti– mas del volante; y al día siguiente una esquela de de– función en el periódico, con esta frase por debajo: «Muerto en accidente de carretera». Y es que el que mal anda, mal acaba. 225 En las tinieblas de la noche avanza por la carretera la mole inmensa del camión con unas toneladas de mer– cancía. Cruza en solitario la inmensidad de los campos bajo la tenue luz de las estrellas. Y allá en la cabina, el camionero al volante. Son las tres de la mañana. Pa– rece que todo duerme. Como si la vida hubiera huido del mundo. Y allá a lo lejos duerme también su esposa. Duermen también sus hijos. ¡Cientos de kilómetros por medio! Pero él no duerme ... No puede dormir... Y mien– tras empuña vigoroso el volante, el recuerdo vuela a su hogar lejano y sueña con el regreso feliz y con los be– sos y abrazos de su esposa y sus hijos. Camionero, que estos recuerdos y amores te hagan extremar la precaución en la carretera. Tu esposa y tus hijos te ne– c:1sitan ... Y tu cor'azón, que no es de piedra, lec, nece– sita a ellos ... 226 Dicen que el pez gordo se come al chico. Esto que ocurre en el mar, ocurre también en la carretera. El tu– rismo es el pequeño; el autocar y el camión son los grandes. En un choque, le tocará siempre perder al tu– rismo. ¡Cuidado, pues, con imprudencias, que puedan resultar caras, al enfrentarse con los grandes. Su mole debe imponer respeto a los pequeños. Que no lo olvi– den sus conductores. En una colisión, siempre les to– cará perder.

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