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«Stop» a la muerte 65 con frecuencia se conduce en tales condiciones, que hasta la vista, las manos y la inteligencia resultan ya inútiles. Y de esto, sólo el imprudente conductor tiene la culpa. 172 He oído narrar el caso de un religioso de mi orden que no había montado nunca en automóvil. Le tenía ver– dadero pánico. Y sin duda, por creerlo más seguro, via– jaba siempre en tren. Un día, en Roma, se vio presio– nado por sus compañeros a subir con ellos a un co– che. Las presiones fueron tantas, que casi no tuvo más remedio que ceder. Total, que aquel su primer viaje en automóvil, fue también el último. Un accidente en la carretera acabó con su vida. Su negro presentimien– to se hizo realidad. Contar esto no puede tomarse como una invectiva mía contra el automóvil, que tantos servicios presta a la humanidad. Sirva de contrapeso el hecho de otros in– finitos viajeros que han hecho miles de viajes en auto– móvil y nada les ha ocurrido. El caso de este religioso quizá sea único en toda la historia del automovilismo, y no puede tomarse por lo terrible. Lo verdaderamente importante es que se adopten todas las precauciones en los viajes, para que nada desagradable pueda ocurrir. 173 Un indicador es algo así como un ángel que te sale al paso en la carretera, con una advertencia prudente para salvaguardar tu vida. Alégrate de verle, hazle caso y, al cruzarte con él, dile con amabilidad: « ¡Gracias, amigo! ¡Hasta la vista! ¡Que volvamos a encontrarnos pronto!».

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