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60 P. David de la Calzada se en la ventanilla posterior. Esta es una mala costum– bre. Abandónala». 158 La velocidad desaforada de algunos automovilistas hace sospechar si no estarán ya aburridos de la vida y andarán buscando una salida del mundo por la vía rá– pida. Pero, no; lo cierto es que quieren vivir a toda cos– ta, que quisieran eternizarse en el mundo, no morir jamás... ¡Incomprensible! ¡Quieren vivir, y se ponen libremente y a todas horas en peligro de matarse! ¿Hay alguien que entienda este absurdo? Los hombres somos escandalosamente inconsecuentes ... 159 Hay leyes meramente penales, o sea, que no obligan en conciencia. Pero si los agentes de la autoridad nos sorprenden en una infracción, quedamos obligados a cumplir el arresto o la multa que van anejos a la infrac– ción de la ley. Juan XXIII ha dicho que las leyes acerca del tráfico no son meramente penales, sino que obligan en conciencia. Quebrantarlas libremente es cometer un pecado, que puede ser grave. 160 Una señorita conduce un coche con velocidad endia– blada. La persigue un motorista. Y después de una larga y difícil persecución, logra darle alcance. -Por favor. Su permiso de conducir, señorita. -Con mucho gusto, señor agente -le contesta la joven con una sonriza amable. Pero le ruego, por favor que me lo devuelva, porque no es mío ... Desgraciadamente también se dan estos casos las– timosos. Pero tenemos que decirlo claro. El que prestó el carnet es un homicida. Y la que lo recibió para utili-

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