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58 P. David de la Calzada nos preste sus serv1c1os con el menor peligro posible. Y eso ya depende en gran parte de nuestra prudencia. 152 No sé si hay motivo razonable que justifique una velocidad excesiva en la carretera. Lo que sé es que los habituales corredores no suelen tener ese motivo. Y en esas circunstancias, ¿no es una insensatez correr des·aforadamente, poniendo en grave peligro la propia vida y la de los demás? ... 153 Doy fe. Un día, en el trayecto Madrid-Alicante, un coche rojo, ocupado por dos jóvenes, dejó atrás por cuatro veces al coche en que yo viajaba. Pero a los pocos minutos de pasarnos, encontrábamos a los dos temerarios ocupantes tr'anquilamente sentados en la te– rraza de un café, al borde de la carretera, tomándose un refresco. Al principio creí que realmente algún motivo serio les urgía a tomar aquellas velocidades. Muy pronto me convencí de que aquella velocidad c·asi supersónica no era más que efecto de una irreflexiva locura de juven– tud. ¡Tanta prisa, para aquello!. .. ¡Correr, para descan– sar!, .. Y pedí sinceramente a Dios que les diera la nece– saria sensatez para frenar y poder llegar a su destino buenos y sanos, aunque fuera un poco más tarde. 154 Conductor: La muerte llega a sentarse a veces sobre el mismo volante que llevas entre las manos. La tienes entonces demasiado cerca, aunque no la veas con tus ojos. ¡Sería de necios no presentirla! Acorta la marcha, conduce con prudencia, y la muerte se alejará. La muer– te puede muy poco con los sensatos del volante.

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