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50 P. David de la Calzada nada valdría la prudenci'a de unos sin la responsabili– dad de los otros. 129 A los infractores del Código de Circulación en la calle o en la carretera, los guardias o la Policía suelen imponerles una multa respetable. Lo norm'al sería que el infractor la pagara religiosamente, y en paz. Pero suele ocurrir otra cosa. El conductor niega acalorada– mente la infracción, se enfada, discute y protesta con– tra la multa. Parece increíble. Porque no aparecemos nosotros como los preocupados por la conservación de nuestras vidas; es el Estado, mediante una multa, el que quiere meternos esta preocupación en el cuerpo. Y nosotros, en vez de agradecer que haya alguien que se preocupe de nuestra seguridad, nos enfadamos con él. .. ¡Incom– prensible! ¡No lo harían peor los niños inconscientes!. .. 130 Tienes unos formidables amigos, que encuentras siempre en la carretera. Amablemente te salen al paso para facilitarte una información en orden a proteger tu vida y la de los tuyos. Esos amigos son los indicadores. A ellos no puedes decirles: «Gracias, amigos», porque ellos no entienden nuestro idioma. Pero el mejor modo de corresponder a su amistad, es tomar en serio sus prudentes advertencias. Ellos se darán por satisfechos, y tú habrás hecho algo eficaz en pro de unas cuantas vidas y, entre ellas, la tuya. 131 El indicador, clavado siempre en el mismo lugar es– tratégico, al borde de la carretera, facilitando informa– ción precisa a los conductores p'ara la seguridad de sus

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