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44 P. David de la Calzada volcado en la cuneta. Y entonces, sí; piensan por un momento en aquellos pobres ocupantes que .en aquel lugar geográfico dieron el salto de la carretera a la eter– nidad ... Lo que ocurrió a ellos, puede ocurrirte también a ti. En ia carretera no hay privilegios de casta. Para qu_e no te ocurra, no hay nada com.o la prudencia. 110 Ninguno salta con el coche a la carretera para que– darse en ella, sino para llegar a alguna parte. Cada viaje tiene su objetivo. Pero si supieras que no ibas a llegar, no saldrías, te quedarías en cas·a. Ya que no puedes saberlo, sal y conduce de manera que puedas llegar. ¡Que nadie pueda echarte la culpa de haberte quedado en el camino! ¡Que nadie pueda llamarte ni homicida ni suicida! 111 Siempre me ha dado escalofríos ver a un joven pilo– tando un coche a velocidades de vértigo, con la seguri– dad insensata de que nada le puede ocurrir... Su paso vertiginoso le suena como un canto triunfal a la vida. Mientras que en el alma lleva la persuasión gozosa de que el mundo es suyo ... iY no se da cuenta de que a su lado va sentada la muerte, que utilizará el menor per– cance para segarle la vida en flor! ... 112 A los conductores imprudentes y desaprensivos, de– bieran llevarlos a los quirófanos, para que contempla– ran aquellas cruentas operaciones sobre cuerpos des– trozados, con que los médicos se esfuerzan en salvar la vida a tantos suicidas de la carretera. Quizá el es-

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