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18 P. David de la Calzada 16 Conductor: Guarda celosamente tu vida p'ara el ser– vicio de Dios y el bien de los tuyos. No caigas en la trampa que te tienden la irreflexión y la frivolidad sui– cidas ... El salto de tu coche a la carretera debe poner en guardia todos tus sentidos frente al peligro que siempre existe. Tenlo por seguro; los alegres despreo– cupados, no envejecerán al volante ... 17 Las ruedas se hicieron para el coche, y el coche para llegar adonde se quiera ir. Pero para llegar vivos y sa– nos; no para llegar descuartizados a un quirófano, o cadáveres al cementerio. De ti depende en buena parte que sea una cosa o la otra ... 18 Muchos millones de víctimas humanas se han co– brado las guerras. Pero hay una guerra que ha hacinado montañas de cadáveres ... ¡La peor y más mortífera de las guerras! ¡Y esa guerra se riñe en la CARRETERA... ! Tiene una historia tan negra como su asfalto ... Pero en vez de negra podría estar roja por la cantidad de sangre humana vertida en ella ... 19 El esquelto magullado de un automóvil al borde de un'a carretera está diciendo al nuestro que se desliza veloz sobre el asfalto: «Yo fui lo que tú eres; no quie– ras ser tú lo que yo soy... Mis alegres ocupantes de ayer ya no pueden hablarte, porque ya no están aquí; ni volverás a cruzarte con ellos en la carretera... Acér– cate al camposanto y ellos, sin p'alabras, te darán el mejor consejo ... ».

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