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«Stop» a la muerte 17 14 Uno de esos individuos temerarios que acostumbran a llevar su automóvil. a velocidades casi supersónicas, cruzaba una de las calles de Nueva York. De pronto, se salta a « lo suicida» un semáforo en rojo.· El policía de servicio le hace señas de que se detenga y avanza hacia el automóvil con cara de pocos amigos. Se acer– ca a la ventanill'a y le dice al imprudente infractor, mos– trándole su revólver: -Oiga, caballero; si tiene prisa por matarse, use esto ... Es más rápido ... 15 Yo he pensado muchas veces en la limitación del apostolado que en los pasados siglos imponía a los pre– dicadores y misioneros la carencia de medios rápidos de locomoción. Terminaban su prédica en una parte de España, y quizá tardaban dos sem'anas o un mes en trasladarse a pie o en caballería a otro punto distante donde tenían solicitadas otras predicaciones. Congratulémonos de que la técnica y la mecánica lo hayan hecho todo más fácil con el invento del automóvil y el avión. Con ello se ha hecho posible ganar una enor– midad de tiempo y la multiplicación de los trabajos apos– tólicos. Hoy se puede predicar un día en Barcelona, y por la tarde en Madrid, Sevill'a o La Coruña. Y hasta puede ser que hoy en Madrid y mañana en Nueva York o Buenos Aires. Bendig'amos a la técnica cuando pone a nuestro al– cance un instrumento al mejor servicio del sacerdote para la salvación de las almas. Bendigamos al avión y al automóvil cuando pueden resultar tan útiles par'a la difusión de la doctrina de Cristo. Pero no nos fiemos completamente de la técnica ni de la mecánica, porque también tienen a veces sus fallos.

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