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14 P. David de la Calzada 3 Cuando los ingenieros comenzaron a construir nues– tra red nacional de carreteras casi sólo transitaban por ellas vehículos de tracción animal. Por eso no podían pensar que hubiera muchos accidentes mortales. Pero si hubieran 'adivinado el incremento fabuloso de vehícu– los de motor que en pocos años iban a invadir esas carreteras, sin duda que la planificación hubiera sido muy diferente, suprimiendo muchos peligros, que antes no lo eran tanto .. Los peligros que ellos no previeron debe preverlos la sensatez del conductor para no hacer filigranas don- de no pueden hacerse. 4 Aquella mi campaña por las ondas la he trasladado a estas páginas que tienes entre las manos. Que este libro sea tu ángel custodio. Que lo aceptes como tu mejor amigo y como el más amable compañero de tus viajes. No te engañará nunca ... Respondo de su lealtad. Y quizás algún día me agradezcas tú y me agradezcan también los tuyos el haberlo puesto en tu camino. 5 Hay unas palabras en la Sagrada Escritura en las que Dios nos manifiesta su amor y su mejor deseo de nues– tro bien. Dicen así: «No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva•. Esas palabras, un tanto modificadas, podríamos ima– ginarlas también en labios de Dios y referidas a los automovilistas: «No quiero la muerte del conductor, sino que conduzca con prudencia, viva y deje también vivir a los otros, que son sus hermanos».

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