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«Stop» a la muerte 139 385 «Haznos sensatos para que no caigamos en la ten– tación de la velocidad inadecuada, de la falta de civis– mo, de la ausencia de responsabilidad ... » (ldem, idem). 386 Hay quien se sienta tan seguro al volante de su co– che, que no se acuerda ni de Dios. ¡Como si no lo nece– sitara! ¡Como si se bastara a sí mismo! Los diarios accidentes en la carretera debieran ense– ñarnos a todos algo tan elemental como que también pueden fallar la técnica, la pericia y la prudencia. ¡Dios es el único que no falla, y el único que puede evitar nuestros fallos y los de los coches. 387 Los taxistas representan una garantía de seguridad, gracias a su honradez y experiencia en la profesión. Al– guno me ha declarado que en más de treinta años de servicio no había tenido ni el más leve accidente en la carretera. Treinta años son muchos años. Suponen muchas ho– ras, muchos kilómetros y muchos peligros. ¿Por qué unos envejecen al volante, y otros se estrellan a la pri– mera salida? Sería necio atribuirlo, sin más, a la suerte. Tras esa máscara de la suerte, se esconde la prudencia. Y, de ordinario, de ella se vale Dios para conservarles la vida. 388 He aquí una curiosa observación que nos inclina a pensar que, conduciendo, son mucho más prudentes las mujeres que los hombres. La observación se refiere al año 1979 y es de la prensa:

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