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«Stop» a la muerte 137 blema de conciencia. No deja de ser curioso que ningún conductor diga en el confesionario: «Padre, me acuso de haber puesto en peligro mi vida y la de los demás». Nadie que diga: «He sido imprudente, alocado, al conducir». Y, sin embargo, son muchos los que, apenas ven un coche de lejos, se dicen inmediatamente y casi se juran a sí mismos: «Lo voy a adelantar». Incluso si con– ducen con un seiscientos y cuesta arriba. Tienen que adelantar siempre a todos, pasar a la historia por sus adelantamientos». ¡Que den gracias a Dios si no pasan lanzados a la eternidad por el trampolín de un coche que ellos insen– satamente han provocado! 379 El mismo Papa lamenta: Muchos «se ponen al volante tras haber bebido de– masiado, o cansados, o deprimidos, o con graves preocu– paciones familiares o personales. Está en juego nada menos que el quinto mandamiento». El Mandamiento con el que Dios quiso proteger el don inapreciable de la vida humana, que es propiedad sólo de Dios y que nosotros llevamos en usufructo. 380 «Nunca se insistirá demasiado en la grave responsa– bilidad de quienes conducen los potentes coches de hoy, por las pobres, estrechas, tortuosas y atascadas carre– teras de ayer». (Cardenal Luciani. .. ). 381 El automóvil no tiene ojos, pero debe tenerlos el que lo conduce. La vista juega un papel principalísimo en la vida del conductor. Si es la vista la que falla, se

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