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«Stop» a la muerte 133 370 Querer, nadie quiere morir en la carretera. Pero son muchos los que se ponen en peligro infringiendo el Có– digo de Circulación. Y es que, en el fondo, llevamos todos una especie de convicción íntima, pero totalmente arbitraria, de que, lo que es peligro para los demás, no lo es para nosotros, quizá por aquello de nuestra cara bonita. Nos llegamos a creer, y no sé por qué, los privi– legiados usufructuarios de una inmunidad absoluta con– tra todo riesgo. Y un día, afortunadamente, nos salvamos de milagro, y entonces tal vez caemos del burro. ¡El pe– ligro también existía para nosotros!. .. 371 Vociferamos con frecuencia contra la temeridad de aquel que nos adelanta indebidamente. Es para nosotros un irresponsable y un suicida. Pero le pasamos nosotros cuando nos conviene y creemos que entonces nadie tiene derecho a zaherirnos. ¡Nosotros somos nosotros! ¡Nos– otros no tenemos peligro alguno! ¡Nosotros sabemos cuándo lo hacemos! Pero un día viene el tortazo inesperado y quedamos tendidos en la carretera. Es natural. Después de todo, ¿quién nos había dado a nosotros bula de exención? 372 los verdaderamente sensatos no suelen caer en la carretera, porque toman las desgracias de los otros como una seria advertencia a ellos mismos. Y es que se dicen: Al fin de cuentas, si el otro se estrelló, ¿por qué yo no puedo estrellarme? ¿Es que Dios tiene que estar multi– plicando los milagros para guardarme la vida, cuando yo la estoy exponiendo constantemente? El antídoto contra la muerte se llama prudencia. No

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