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128 P. David de la Calzada Abe!? -No sé -contestó Caín-. ¿Soy yo acaso el guar– da de mi hermano? -¿Qué has hecho? -insistió el Se– ñor-. La voz de la sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra. Una escena parecida quiero imaginármela entre Dios y el conductor que ha dejado un muerto sobre el asfalto: «¿Dónde está tu hermano? Su sangre está clamando a mí desde la carretera» ... Ya lo sabéis. Dios ha de pedir estrecha cuenta a todos los conductores fratricidas. 357 Un perro en la c'arretera. Ladra furioso y quiere agre– dir al coche. ¡Calma! Nada de correr y atropellarle. Nada de zigzaguear buscando la fuga apresurada. Pudiera ter– minarse con el coche volcado en la cuneta. Alguien ha dicho con humor que, asomando un poco la cabeza y diciéndole: «Vamos a Calatayud», el perro, ya enterado, desiste de su acoso y se va satisfecho. Yo no me fiaría de la extraña receta. Preferiría acortar la marcha y tener un poco de paciencia, hasta que el can se convenciera de que estaba haciendo el tonto y deci– diera volverse a casa. 358 « Trabaja, pero seguro» -dice un slogan destinado a la seguridad de los obreros. Algo parecido pudiéramos recomendar a los conductores: «Conduce, pero seguro». La seguridad absoluta nunca se podrá tener, porque el peligro podemos encontrarlo donde menos se espera. A lo que debe aspirar todo conductor es a la seguridad relativa que puede conseguirse en este mundo. La que puede conseguirse con el conocimiento del Código de Circulación, la práctica necesaria y sobre todo con la prudencia.

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