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126 P. David de la Cal:z:ada en aumento. Y tenemos que decir que, si son pernicio– sas para la salud de todos, lo son especialmente para los que tienen que conducir. Y las razones son claras. Las drogas producen lentitud y atrofia de los reflejos. Y otra cosa quizá peor: Producen una euforia especial. El conductor drogadicto llega a creerse que, corriendo mucho y metiendo mucho ruido, reafirma mejor su per– sonalidad ante los otros. iY esto lo cree precisamente cuando la droga le ha convertido en un guiñapo de hom– bre!. .. ¡Guerra a la droga! ¡Te prometerá un paraíso, y no te dará más que una anticipada sepultura! 352 Ya en 1952 se decía que los accidentes de tráfico en los Estados Unidos le habían costado a la nación más vidas humanas que todas las guerras de su historia. Y eso que la invención del automóvil era relativamente reciente. La historia de España es más larga. Abarca ya mile– nios. Durante ella ha habido infinidad de guerras y de víctimas. Pero si el ritmo de accidentes de tráfico sigue en la proporción de ahora, no creo esté lejano el día en el que también podamos decir de España que el automó– vil nos ha arrebatado más vidas que todas las guerras de nuestra historia. 353 Dicen las estadísticas que el año 1964, en la Alema– nia Federal, los vehículos en circulación recorrieron i152 billones de kilómetros!... Ello supondría infinidad de vueltas alrededor de la tierra. Son cifras que aplanan. Pero es seguro que nos aplanaría mucho más, si cono– ciéramos la cifra escalofriante de muertos y heridos que dejaron tendidos esos innumerables coches en la carre– tera a lo largo de esos 152 billones de kilómetros ... ¡Dios

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