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120 P. David de la Calzada víctimas. Y a veces puede sobrevenir la catástrofe entre músicas deliciosas, bellos paisajes o interesantes relatos y conversaciones. El primer deber del conductor es atender, no a si ma– tiza o no matiza el cantante de turno, no a si se casa o no se casa aún el héroe del serial radiofónico, sino a la carretera que tiene delante y al volante que lleva entre las manos. De ello penden unas cuantas vidas que se merecen toda atención y respeto. 334 Conductor: Has llegado mil veces a tu casa y al amor de los tuyos, después de largos y penosos viajes llenos de peripecias. Todo quedó olvidado en el encuentro con los seres queridos. Pero no lo olvides nunca. Aparte de tus viajes por las carreteras de tu Patria, estás enrolado en otro viaje que todavía no ha terminado, el gran viaje, el más largo, el más lleno de peripecias, el viaje de la vida a la eterni– dad. ¡Que lo termines a la puerta de la casa de tu Padre que está en el cielo! ¡Y que entre sus esplendores de gloria logres reunir a toda tu familia de la tierra! ¡Este sí que sería el viaje afortunado y definitivo! ... 335 Mil veces he reflexionado sobre los conductores de los coches de la funeraria. Es seguro que son los que menos accidentes tienen, porque su velocidad es lenta y sus viajes cortos. Sus clientes son sólo difuntos que hacen su último viaje, el viaje de su casa al cementerio. Pero al cruzarse por el camino con otros coches, en los que seres vivos, a más velocidad, marchan a disfru– tar de la vida, cuántas veces pensarán esos conductores de la funeraria: « Este que llevo a descansar corrió un día como ésos. ¿ Cuánto van a tardar ésos en pasarse

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