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«Stop» a la muerte 109 dos nosotros, peregrinos y errantes en este mundo, va– mos siempre hacia ti. Bendito seas, Señor, porque nos permites que, con la ayuda de la ciencia y técnica, teng'amos medios y vehículos para trasladarnos de un sitio a otro, para ir al encuentro con los hermanos, para admirar las maravillas de tu creación, para hacer más agradable nuestra vida. Te pedimos sensatez, cordura, buen ánimo, genero– sidad para saber us·ar y conducir este coche que hoy pones en nuestras manos». 306 Cuando el conductor está de viaje y la familia queda en casa, nunca queda del todo tranquila. Siempre sufre alguna preocupación: « ¡Si le pasará algo! ... ¡Si no le , 1 pasara .... ». Los conductores, padre o esposo, nunca dejan en la angustia a su esposa ni a sus hijos cuando el regreso, sobre todo de noche, se retarda más de lo esperado. Una llamada telefónica, con una breve explicación, pue– de llevar la calma y la felicidad a los seres queridos. Y esto sólo cuesta unas pesetas. La despreocupación en este punto sería cruel. 307 Cuando la monotonía de las rectas interminables te permita una más profunda reflexión, piensa que en el coche o fuera del coche, en la carretera o en casa, un día tienes que morir. Y entonces trae a tu memoria aquellos clásicos versos que a tantos han desengañado: «La ciencia calificada es que el hombre en gracia acabe; porque al fin de la jornada, aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada.»

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