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108 P. David de la Calzada 303 «¡Adiós!» -decimos siempre al despedirnos de una persona querida que inicia un viaje. «Adiós» -nos con– testa también ella. Que no sea esta palabra una simple fórmula verbal sin sentido. Que la vivamos al pronun– ciarla. «¡Adiós!» quiere decir: Te encomiendo a El, te pongo en sus manos. En ningún sitio mejor que en las manos de Dios. Y si nosotros ponemos a esa persona en las manos de Dios y ella nos pone a nosotros, no cabe duda de que Dios escuchará nuestro enc'argo y velará más amorosamente _por todos. Porque Dios nunca abandona a los que en El confían. 304 Hoy es relativamente frecuente entre católicos soli– citar del sacerdote que bendiga nuestra casa, nuestra oficina, nuestro negocio y hasta nuestros animales do– mésticos y nuestros campos. Pero también es frecuente solicitar la bendición del coche. Y (no hay que olvidarlo) la bendición del sacerdote es una oración de la Iglesia, por los labios de su ministro, implorando la protección de Dios sobre aquel coche y sus ocupantes. Y si es efi– caz la or'ación particular de cada uno, sin duda lo es más la del sacerdote que actúa en las bendiciones en nom– bre de la Iglesia. Bendecid vuestro coche e iréis más seguros. 305 Seguramente que te interesará conocer la fórmula que el nuevo Ritual pone en labios del sacerdote para la bendición de los coches. Hela aquí: «Señor, sabemos que eres nuestra meta, te recono– cemos también como Camino verdadero de la vida. To-

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