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- 86 - - ,ft la inexorable ley de la fatalidad; e~ fin, no _ faltan quienes, en nombre de la ciencia, lleguen hasta negar que unSér.seméjante exist,a. ¿Puede darse¡ señores, QIÍa va:riedad mayor– de hipótesis y de .contradicciones acerca del punto mAlil fundaIUental? 1 Por lo que hace á la náturaleza .del alma,. hállámonos en presencia de dos escuelas filosó'."' ficas de doctrinas diametralmente opuestas .. Una de ellas admite la existencia del alma y"su distinción del cuerpo; admite su libertaq, su res.:.. ponsabilidad y su supervivencia á la descom– posición dela envolturamaterial que1a apdsio~ na; y otra, partiendo de} postulado general d,é, qué todo ,QU!J,Uto existe es materia, niega Ta. ..existencia del'alma, y, por consiguiente, su dis.– tinción del cuerpo; nieg,a su.' libertad y su.res– pornmbilidad, rechaza su inmortalidad, y reduce los fenómenos vitales y psíquicos, que en el hombre se reali,zi:i,n, á fenómenos de índole me– cánJca, química y magn~tica, sin trascendeh- . cia alguna superior á lo que las leyes mecánicas ó físicas sqn capaces de producir; ~·--:' ' ' Entre los.mismos que admiten la espirituali• dad é inmortalidad· de~ alma,· ¡qué diversidad tan asombrosa de opiniones! : . Platón suponía álas almas existentes con an– terioridad al cuerpo 1 y consideraba ~u unión _con este último como un castigo impuesto á_cul• pás y deméritos, contraídos por ella en su exii;¡– .tencia aíiterior; Pitagoras admitía la transmi•

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