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.del. ~ue)o? Y si presendítn es.te Cl:!,SO centen~ef:f · . de ojos, y n() pue'de <:\aber sospecha en sn test't- , n;ionio, ttiuién será tan infeliz que crea set·pre– ciso tener nuevas de. todas la:s leyes del·univer– so; para calificar de .sobrenatu~al esta. gloriosa ascensión?» (l). · . Yo Creería ofender v'tlestra ilustración, si me permitiera haceros observar que hay que dis– tinguir cuidadosamente loque se llaman mila– gros en el lenguaje teológico y eclesíástic9, de. lo que el vulgo á veces suele designar con esta palal:lra; pues todos sabéis que hay una autori– dad en la Iglesia, cümpetentísima por sí mismá y por los medios que pone en juego· para aseso-· rarse en semejantes casos, y que, solmtiente des- •. pués de haber s(lfrido un examen rigurosisimo 1 ' después de una crítica implacable, que no sole– mos emplear éuandose tramde problemas cíen– tiffcos y c.uandono es posible da1· explicación de ·. ninguna clase, sino lade una intervención sobre– .natural admite un hecho como milagroso. Bien podemos decir que, si hay exag~raciónen este punto, más bien se echa ·de ver en la descon– fianza con que se acogen por parte de la auto• ridad de)a Iglesia. ciertos hechos, considerados ,,por las gentes como milagrosos, gue en la facili– dad y ligereza con que suponen algunos que E!e los examina·. . . Concluyamos, pues, que la verdad del niila-, (t} P. J. Mir: Op. cit.
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