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48 PRESENCIA ANTIGUA (1598-1835) Las autoridades pidieron a los capuchinos que les dejasen el :onvento para convertirlo en hospital, a lo cual accedieron gustosamente, lle:i.os de caridad para los apestados. La enfermedad era muy contagiosa, pero los capuchinos se dedicaron a prestar toda clase de ayuda. Entraban en las casas, y tras quemar ropas y enseres para evitar el contagio, cargaban sobre sus hombros a los enfermos y se los llevaban al convento, convertido en hospital. Dice el historiador José María Lacarra que « ... de unos 4. 000 enfermos recogidos que entraron en el hospital de capu– chinos, murieron más de 2 .500. A no ser por estos religiosos hub:era perecido sin duda alguna, media ciudad, porque fue un milagro el haber hecho estos frailes, en tan poco tiempo, tantas cosas en favor del pueblo zaragozano». Es difícil evaluar en cifras la población afectada por esta peste. El investigador Maiso González que estudió con detalles este tema de la peste, dice que en Zaragoza murieron 6.000 P'=rsonas, una cuarta parte de la población; en Jaca 1.092 de un total de 2.500; y en Huesca se perdieron 1.400 habitantes.0 1 l Como esta peste se fue extendiendo por todos los pueblos de Aragón, el comportamiento de los capuchinos en los lugares donde estaban presentes fue heroico. Así lo atestigua Vicente Bardavíu, en su "Historia de Albalate". La presencia de la peste en esta noble villa de Albalate del Arzobispo fue en julio de 1648, anterior a Zaragoza. El citado historiador dice que « .. . en un principio, los religiosos se concretaron a cumplir con el ministerio sacerdotal, prestando los auxilios espirituales a los enfermos, pcro viendo a los pobres enfermos abandonados de sus vecinos por temor al contagio. .. y que al fallecer quedaban sin sepultar por la misma causa, se dedicaron tc.mbién a prestar los servicios corporales y a ejercitar las obras de misericordia, haciendo de enfer– meros y dando sepultura a los muertos. Desde el principio comenzaron los religiosos aasistir a los enfermos en sus casas ayudándoles a bien morir... Fray Marcos de Maluenda y Frey Francisco de Alcañiz iban haciendo una tarde la limosna y hallando dos difuntos que no tenían quien los llevase a enterrar, dejaron las alforjas y cargando con dos, cumplieron tan gran obra de misericordia. El P. Diego de Zaragoza y Ambrosio de Huesca fueron a ayudar a bien morir al cirujano de la villa, y fue tal la descomposición y hediondez de su cadáver, que no hubo quien osara acercarse a la casa; mas ellos, sin otra solemn:dad que cargár– selo sobre sus hombros, lo llevaron a la sepultura. En estas circunstancias se tomó la determinación de aislar a los enfermos en el Palacio Castillo del Arzobispo. Comenzaron a subir a los enfermo,, y los religiosos les servían». 00 AUTORES VARIOS, «Aragón en su Historia», Zaragoza, 1980, págs. 304-3CS.

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