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DIVERSAS CLASES DE APOSTOLADO CAPUCHINO 43 Según este texto es evidente que los Superiores de la Orden fueron abriendo las puertas a este sagrado ministerio, pero no de una forma total e ilimitada. La aparición de este nuevo ministerio apostólico obligó a estructurar los estudios de los candidatos a la Orden y a organizar cursos especiales para formar a los confesores. El ministerio de la confesión en las iglesias conventuales era normalmente ejercido por los llamados "simples sacer– dotes". Una conferencia moral o solución de casos se tenía invariable– mente todos los domingos en los conventos desde 1705. Algunos capu– chinos españoles fueron grandes apóstoles del confesionario y dejaron escritos varios libros a favor de este sacramento. Por ejemplo hay que recordar al P. Jaime de Corella, autor de la famosa "Práctica del confesio– nario", y sobre todo, al P. Manuel de Jaén, cuya "Instrucción utilísima y fácil para confesar particular y generalmente", fue un modelo clásico en este género, y tuvo el éxito asombroso de más de 30 ediciones, desde el año 1718 en que se publicó. ( 6 ) A lo largo de los siglos, este apostolado ha sido uno de los más prefe– ridos por los capuchinos en Zaragoza hasta los tiempos modernos. Siempre ha habido humildes y abnegados confesores que han pasado muchas horas de cada día en este servicio. 3. LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS. El apostolado de la predicación fue el más preferido por los capuchinos desde los primeros días de su Reforma. Hasta mediado el siglo XVII fue el apostolado que más ejercitaron, y además con gran éxito. El predicador capuchino, recorriendo descalzo y con su rústica barba la variada geografía española, se convirtió en la imagen más popular y predilecta. Rasgos inconfundibles de la estampa popular del capuchino eran su austeridad y pobreza, su evangélica e ingenua intransigencia y su espontáneo fervor. En la Orden capuchina este ministerio de la evangelización no se concedía indistintamente a todos los religiosos. En las comunidades todos eran "hermanos" como quería San Francisco, pero existían los hermanos no clérigos, admirables en santidad y servicio que se dedicaban a las tareas domésticas o a pedir limosna por los pueblos para ayudar a los gastos de la construcción de los conventos. Entre los hermanos sacer– dotes, al principio eran más numerosos los llamados "simples sacerdotes", encargados del culto en las iglesias conventuales y del ministerio de la confesión; y eran minoría los predicadores y misioneros, a quienes se les ( 6 ) ALBERTO OONZALEZ, «Los capuchinos en la península ibérica», Sevilla, 1985, págs. 293-296.
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