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34 PRESENCIA ANTIGUA (1598-1835) b) La virtud de la pobreza era considerada como "el fundamento de toda la perfección franciscana". Una pobreza que resplandecía en los edificios, habitaciones, vestidos, comida, forma de Yiajar, uso del dinero ... en una palabra, en toda la vida. c) El espíritu penitencial brotaba de un afán de identificarse con Cristo Crucificado, a quien contemplaban diariamente en los tiempos de oración personal. Caminaban gozosos con los pies desnudos sobre unas toscas sandalias, en medio de los rigores del invierno zaragozano. Las Constituciones capuchinas aconsejaban guardar todas las cuaresmas de San Francisco; pero muchos guardaban ayuno continuo. Los cilicios y disciplinas, instrumentos confeccionado., rústicamente para atormentar sus cuerpos, eran familiares a todos. Sin embargo, en todas estas obras penitenciales siempre reinaba un amplio espíritu de libertad, según las circunstancias personales de cada uno. d) La vida de oración, el trato íntimo y personal con el Señor, ocupaba varias horas al día. Había una máxima del célebre capuchino Bernardino de Astí que se trasmitía a posteriores generaciones capuch_nas: «Si me preguntáis quién es buen religioso, os responderé: el que hace oración. Y si me preguntáis quién es mejor religioso, os repetiré: el que hace mejor oración. Y si me preguntáis quien es óptimo religioso, lo afirmaré sin ve!cilar: el que hace óptima oración». Como ya hemos dicho, el convento estaba edificado fuera de las murallas de la ciudad, en la soledad de la campiña, "- fin de que el retiro y el silencio externo ayudasen a desarrollar mejor este espíritu contemplativo. e) La sencillez y el amor fraterno fue un punto significativo de los capuchinos, frente al formalismo exterior y ceremonioso que predomi– naba en los conventos franciscanos. Sencillez en los rezos litúrgicos y en las celebraciones de la misa; y sobre todo sencillez en el trato y cercanía con la gente. Pronto el capuchino fue llamado "el hombre del pueblo", el que sabía estar y escuchar a la gente humilde Para fomentar el amor fraterno los religiosos practicaban con frecuen;::ia la consigna del evangelio, la corrección fraterna. Ante todo, se trataba de ser y de vivir como hermanos.(!) (!) LAZARO IRIARTE, «Historia Franciscana», ed. Asís, Valencia, 1979, págs. 249-252.

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