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12 PROLOGO Su libro aparece en el umbral del Tercer Milenio, dos mil años después del nacimiento de Nuestro Salvador y Señor Jesucristo. En la carta apostólica «Tertio Millennio Adveniente», en el nº 37, el Papa Juan Pablo II dice: «el mayor homenaje que todas las iglesias tributarán a Cristo en el umbral del tercer milenio, será la demostración de la omnipotente presencia del redentor mediante frutos de fe, esperanza y caridad en hombres y mujeres de tantas lenguas y razas, que han seguido a Cristo en las distintas formas de la vocación cristiana». Esto es precisamente lo que intenta hacer el P. Luis Longás con su libro «Los Capuchinos en Zaragoza». Recoge lo que ha sido la presencia y actuación de los Capuchinos en nuestra ciudad, sus frutos más visibles y representativos, ya que hay frutos de fe, esperanza y amor que perma– necen escondidos en el corazón de Dios. Descubre y revela a los lectores cómo la obra de Dios se hace presente en nuestro mundo a través de medios pobres y sencillos, a través de personas que, en el fondo de su corazón, se dejan atrapar, fascinar, por un Dios que ama apasionada– mente a todos los hombres y mujeres del mundo. «La pasión de Dios son los hombres», escribía San lreneo de Lyon. Su libro es, sin duda, una aportación más al patrimonio cultural de Zaragoza y un testimonio más de cómo la Iglesia, en sus diversos carismas, ha r~alizado su obra de evan– gelización en esta entrañable tierra aragonesa. Evangelizar es «llevar la Buena Noticia a todos los ambientes de la huma– nidad y, con su influjo, transformar desde dentro, ':"enovar a la misma huma– nidad ( . .. ) la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos». (La Evangelización del Mundo Contempo– ráneo, de Pablo VI, nº 18). Al llegar a Zaragoza la actividad apostólica, evangelizadora, de los Padres Capuchinos se centraba en «ayudar a bien morir», tal como lo indicaba el Arzobispo D. Alonso de Gregario. Posteriormente fueron ocupando otras parcelas hasta llegar, en el umb:al del Tercer Milenio, a éstar presentes en el campo de la enseñanza, los medios de comunica– ción, la actividad parroquial, y el mundo de la oarginación. El autor no trata de hacer balance para recibir elogios por la labor realizada sino de aportar datos, lo más objetivos posibles, para la historia de nuestra Iglesia y de nuestra ciudad. Ahora podemos decirles, tal como indica el Evangelio: «No os alegréis por todas las obras maravillosas que habéis hecho sino alegraos, más bien, porque vuestros nombres están escritos en el cielo» . Cfr. Le. 10,20).

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