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FRATERNIDAD DE SAN FRANCISCO DE ASIS (1929) 135 Algunos capuchinos que se aventuraron a salir a la calle para llamar por teléfono, corrieron serio peligro. Los pistoleros hicieron descarga sobre Fray Ambrosio junto a la puerta de don Pedro Luna, y otro de ellos persiguió al P. Cristóbal, disparando sobre él, hasta que logró salir ileso cobijándose en casa de un amigo. Lo admirable de estos capuchinos en medio de la violencia revolu– cionaria es la fidelidad a su vocación y al ministerio sacerdotal. La capilla de San Antonio siguió abierta al culto y las asociaciones prosiguieron su marcha. Dice el cronista: «Ejercemos hoy los mismos ministerios que antes y en la misma forma. Se asiste a los enfermos del barrio y de los barrios Colón, San José y Ruiseñores. Se les admi– nistra públicamente los sacramentos sin temor a las burlas y atropello y a todas las horas del día y de la noche. Otro tanto cabe decir de la capilla que no se ha inte– rrumpido ni un solo día y por el contrario, se han intensificado con la mayor frecuencia de sacramentos que se observa y con la asistencia más numerosa a las funciones por parte del público piadoso tanto del barrio como de la ciudad» . Esto lo confirma el hecho de que en este tiempo de la República fue cuando se fundaron varias asociaciones como la Acción Católica y otras que ya hemos enumerado. El segundo acontecimiento político fue la explosión de la guerra civil española en 1936, que también tuvo sus grandes repercusiones en Zara– goza. No obstante, si los capuchinos no se habían acobardado ante la violencia persecutoria de los republicanos, tampoco lo hicieron con esta guerra. Parece que San Antonio les protegía y manifestaba una vez más su poder taumatúrgico. Ellos siguieron desarrollando sus ministerios y actividades apostólicas. Uno de los momentos más difíciles que tuvieron que pasar sucedió el 5 de noviembre de 1937. Un furioso bombardeo de la aviación repu– blicana sembraba de desolación el barrio. Los aviones habían atacado un depósito de municiones distante unos doscientos cincuenta metros del convento, y las bombas y proyectiles allí guardados saltaron por los aires sembrando el terror y la muerte. Varias de esas bombas acertaron con la residencia capuchina, destruyendo tabiques y rompiendo puertas y cris– tales. Por suerte, ninguno de los religiosos sufrió daño personal. Un ministerio digno de todo elogio que realizaron los capuchinos en esas horas amargas y trágicas de la guerra, fue el atender espiritual– mente a los "condenados a muerte". Los religiosos destinados a este difícil ministerio fueron los Padres Gumersindo de Estella, Víctor de Legarda y Marcelo de Villava. En el año 1938, sólo el P. Gumersindo asistió a 178 condenados a muerte. Entre ellos figuraban algunas perso– nalidades como el general Enciso y el coronel González Tablas.

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