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il'.:xtensa seria ia erxposición del desarroilo cíe sus argumen– tos, Aunque no eXJento de interés el tema, ocuparía demasiado espacio para la finalidad del presente trabajo, Por eso prefe~ rimos· silenciarlo casi por entero. Además, como en la última parte, nos veremos obligados a examinar muchas de las auto– ridades mencionadas por Esquiv·el, entonces se comprobará mejor la falta de objetividad de sus raciocinios. Excepción me,, rece lo que afirma de san Francisco. Es él el primer expositor de la norma de vida para las frailes al proclamar en su Testamento que el Altísimo le reveló seguir el evangelio y con ese objeto l'.'1edactó la Regla, confir– mada por el Romano Pontífice (46). Quiso con ello advertir que copiaba el mensaje de Cristo ad litteram mandando a sus hijos que así lo observasen, De aquí concluye que, supuesto que Dios no impuso a sus apóstoles sub gravi materias que ahora obligan a los franciscanos, también éstos deberían verse libres de cade– nas semejantes. Y para probarlo. aduce, en gala de erudición, gran acopio de autoridades (47), :resumiendo, por último, su pensamiento: « Luego, si 'la intención de san Francisco fué observar y que observasen sus fraHes ad litteram, ,que quiere decir, según la explícita Intención de Cristo en su evangelio, como lo observa,. mn apóstoles; siendo esa intención de Cristo explícita no obli~ gar. ad mortale en sus preceptos a sus apóstoles, no hemos de discurrir en san Francisco una intención implícita de obliga,r a sus fr0,iles en la Regla, porque eso fuera contrario a la Inten~ ción explicita de Cristo en su evangelio. Luego, o san Francisco no observó la int,ención literal y explícita de Cristo, y esto es contra su mismo testimonio, contra el de los Papas y' padres primitivos, o, si la copió, la observó y quiso que sus frailes la obser'lmsen ad litteram, y explícitamente no tuvo la contraria intención implícita de obligar a pecado mortal contra la mente de Cristo » ( 48 ). La caridad, prudencia, amabilidad, templanza y dulzura del Seráfico Pad:r:e ofrncen ,a Esquivel su segundo argumento. Ce~ lano, san Buenaventura y los Tres Compañeros desbordan en testimonios probatorios. Los escritos del Santo lo patentizan. No es posib}e que Padre tan caritativo y compasivo quisiera, contra la voluntad de Cristo, imponer prescripciones graves (49). Examina después los expositores, autores, capítulos gene– rales, Padres antiguos, etc., sie:mp:r:e para concluir que anterior~ mente a la Clementina en ningún lugar consta ni ningún docu~ (<!6). Ibídem, p.ss: <47) 1',idem, p.l!3-S'r. <•B) I~idem, p.117. (4.i) Ibillem, p.38. 25

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