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EVOCACION DEL P. DONOSTIA lo juzgaba oportuno se sentaba al piano e iluminaba su pensamiento con la ejecución. Se evidenciaba una cierta predilección por Josquin des Pres y Du– fay y no podía ocultar la que sentía por Debussy y Ravel. En estas «colacio– nes musicales» se fijó el compromiso de que la enseñanza y el aprendizaje se tomaran en serio: «te enseñaré todo lo que sé, y sin salir de aquí podrás aprender tanto como te puedan enseñar por ahí». La perspectiva de que mi destino para los años inmediatos se alejaba mucho de la música, truncando nuestro propósitos, no le agradó demasiado, por eso con una punta de picar– día comentaba que sí por causas ajenas no llegara a cumplirse, podríamos dedicarnos sólo a la música. Los acontecimientos casi inmediatos de su en– fermedad y muerte dejaron apenas en barbecho el plan. Muchas ideas bullían en su cerebro que no llegaron a plasmar en reali– zaciones. Al hablar de sus proyectos de futuro, parecía decantarse por la producción propia, menguando paulatinamente otras actividades que, por entonces, distraían muchos minutos de labor creadora. Incluso a las confe– rencias proyectaba recortar dedicación, en cuanto posible, aceptando tan solo aquellas de cuya oportunidad no cupiera duda, y dando de mano a «las de circunstancias». Más de una vez comentamos el interés de una «Misa de gloria» en estilo semejante -mutatis mutandis- a su Requiero: estructura silábica, ritmo ágil, gregorianizante, nivel artístico elevado y hondura reli– giosa. La respuesta, sin evasivas, apuntaba a la próxima composición, que ron– daba ya el magín y esperaba tan solo la oportunidad para aflorar, y entonces el venero alumbraría la obra completa; tal le sucedió con el primer número del proyectado tríptico en homenaje a Arriaga: acariciaba tiempo ha la idea de escribir, y un día «al subir al estudio, los cuatro primeros escalones, me dieron el comienzo (la, do, mi la), en cuanto subí, comencé y salió todo se– guido». (Este número está escrito en 3/8, medida poco frecuentada por el P. Donostia, muy sugerente para quien haya presenciado su alegre y ágil ascen– sión por escaleras). En sus conversaciones siempre presente la idea de que cada com- posición exige su momento preciso: un acontecimiento, una poesía, un pai– saje, una vivencia rompía luego en música. Así le aconteció cuando recibió la colección de poemas de Apeles Mestres, no los dejó de la mano hasta ter– minarlos, y se sintió cautivado de tal forma que los musicaba mientras iba de camino a un convento próximo a decir misa, muy de madrugada. De vuelta transcribía a los pentagramas lo concebido en su obligado paseo matutino. Un día subí a su estudio y le sorprendí armonizando para cuatro voces mix– tas el Ni deitzen ñuk Beñat Mardo, incluído en el tomo Lili eder bat (Edición del P. Jorge de Riezu) de sus obras musicales, me dijo que me entretuviera un poco; componía rápidamente y no le perturbó lo más mínimo que le ob– servase. Al finalizar dijo: «tenía ganas de hacerlo, pero nunca le llegaba la hora; ya está terminado». De los Responsorios de Semana Santa afirmaba que los compuso tal como los sintió y los intuyó en el momento y no era posi– ble componerlos de otra forma. Parecía entreverse que su gozo hubiera sido completo alternando su tiempo entre la composición y la interpretación, quizá llegó en alguna ocasión a rozar el conflicto. Hubiera suscrito, sin duda 205
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