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CLAUDIO ZUDAIRE A las visitas que llegaban al Colegio, las obsequiaba, si tal era su deseo, con un breve concierto. Procuraba que la música fuera variada y apta a la sensibilidad musical del oyente. Se complacía en demostrar las cualidades del órgano mucho más que en exhibir sus propias cualidades de intérprete. No escogía piezas de relumbrón ni agotadoras, sino atinadas al órgano y a su personal estilo. No era raro que comenzase el concierto con un coral variado de Bach, del que interpretaba la presentación y alguna de las variaciones. La elección del coral dependía, para cada audición, del concepto musical del oyente: para los más sutiles reservaba la ejecución del coral «Allein Gott in der Hoh sei Ehr» de la edición preparada por Dupré (omitido en la de Fau– ré). Constituyó casi un hábito intercalar en estos conciertos alguna obra de acusada disonancia, incluso si el mini auditorio había manifestado su apego por las formas tradicionales. En contadas fechas interpretó alguna obra suya inédita de la serie «In Septem Dolorum», o «Protempore Nativitatis». Parti– cular afecto mostró por la Pastorale que glosa el tema del «Oi Bethleem» un poco «alla barroca» y por la Berceuse ambientada en los motivos gregoria– nos de los introitos de las misas de Navidad. Al menos una o dos veces tocó el n. 0 2 «Pastores accedentes», y en cierta ocasión para un oyente que presu– mía de cultura musical, poco diestro en las sutilezas armónicas modernas; su sorpresa fue mayúscula y apenas se atrevió a balbucir un leve comentario so– bre la originalidad de la pieza, explicación que divirtió no poco al P. Donos– tia por su falta de originalidad. Aun cuando el auditorio se redujera a una o dos personas, escribía el programa guía, ateniéndose al mismo estrictamen– te. Al finalizar se titulaba organista de Garzáin, lugar vecino, a donde había ido a solemnizar las funciones de las fiestas de San Martín. Durante el curso, el P. José Antonio atendía a los alumnos que daban sus primeros pasos por la música pianística; las lecciones tenían lugar en el intervalo del recreo vespertino, por lo que no puede extrañar que no menu– dearan las vocaciones al teclado. No recuerdo que hubiera ningún alumno especialmente dotado en aquél último año en que le suplí. Ello no fue óbice para que el P. Donostia diera ejemplo de escrupulosa puntualidad, cada tar– de, atendiendo a los aficionados. EN EL ESTUDIO Después del tradicional rezo de vísperas y de la «función» dominical a la que asistía el Colegio, se tenía la sesión de cine. Nunca sintió el P. Donos– tia afición por el séptimo arte, y demostraba cierto desamor y casi frustra– ción por el uso que de la música se hacía en él, por lo que, a veces, quedaba durante la proyección, atendiendo al teléfono para que el portero pudiera li– berarse de esta servidumbre. El lapso de tiempo que mediaba entre la fun– ción y la sesión de celuloide lo pasamos en su estudio, sí otras ocupaciones no lo impedían. No le pesaba gastar su tiempo y manifestaba sin rodeos la ilusión por enseñar y hacer a otros partícipes de sus conocimientos. Repasá– bamos sus músicas y las de otros, desde el Ars Nova a the Rite of Spring y si 204

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