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EVOCACION DEL P. OONOSTIA ENLECAR.OZ Dos años más tarde encontraba al P. Donostia en Lecároz. Nada ni na– die hacía presagiar que el hombre vitalista, activo, sonrier:te, inquieto se aproximaba a su fin; mantuvo el mismo ritmo de trabajo, el mismo ajetreo hasta que la enfermedad le rindió. En el respetable coro, más espacioso entonces que aho::-a, de la Iglesia del Colegio de Lecároz se instaló el órgano Mutin Cavaillé-C:::,11, en 1922, re– galo de los padres del músico donostiarra. La categoría del instrumento y el hecho de que fuera tañido por el P. José Antonio me causatan un «respeto imponente», y no osaba poner mis pecadoras manos sobre el teclado hasta que él mismo desvaneció mis reparos con su insistencia. Después de suminis– trarme unas lecciones de urgencia, inició sus instrucciones básicas. Para él era fundamental satisfacerse con el sonido del tubo: dejarse invadir, pene– trar, recrearse con el puro sonido, sin acordes, sin combinaciones, sin modu– laciones. Pulsaba una nota y me decía: «escucha, no cambies de nota hasta que te encuentres a gusto con su sonido, re;,ite esto con otros tubos y poco a poco con todos los registros; cuando vengas a ensayar, el primer rato tienes que emplearlo en esta práctica». Debido a falta de ajuste, se percibía cierto rumor del viento, muy tenue pero perfectamente audible desde el puesto del organista, «es como la espuma del champán» comentaba complacido. Ocasiones había en que la misa era «armonizada», sobre todo la con– ventual y la «mayor» de los días festivos. Para esta última ponía especial cui– dado. Nunca presencié alarde de virtuosismo extemporáneo o protagonis– mo. A la entrada de carácter solemne y reposado (los corales de Bach eran frecuentes) seguía un ricercare, un coral vaiado o una fuga, a veces primiti– vos. Apenas si olvidaba incluir obras de autores españoles, franceses, britá– nicos o alemanes de los siglos XVI yXVII contenidas en las diversas publica– ciones o centones por él manejados (Pedrell, Raugel, Anglés, Bonnete, Klein, Guilmant, Peters, etc.). Incorporaba con frecuencia una meditación de sus autores preferidos, Langlais, Litaize, Vierne o Tour:1emire; no des– deñaba variar estilos con Dubois, Frank, Boellman o Dup-é. Por navidad desempolvaba los Noel de D'Aquin y Balbastre. Al finalizar los oficios des– plegaba con mayor amplitud los recursos del órgano. Su principio básico era adecuar la música al momento del oficio, recordando, muchas veces, la anécdota atribuida a Saint-Saens: «cuandc- vea que en la iglesia se represen– ta lo mismo que en el teatro, tocaré como en el teatro». Raramente interpre– taba sus propias composiciones ni improvisaba, si bien cuando lo hacía, cau– tivaba la atención. Difícilmente puede olvidarse sus meditaciones improvi– sadas durante la novena de San Francisco, el año que precedió a su muerte. Ocasiones hubo en que me obligaba a tocar el órgano quedándose él a escuchar. Después comentaba y analizaba la obra, sugería posibles registra– ciones, o modos de interpretar pero no era impositivo, dejaba siempre la puerta abierta a otras lecturas. Conservaba un sumario de combinaciones fa– cilitado por Mr. Perroux «harrnoniste de la Maison Cavaillé-Coll», que gus– taba de probar y comprobar en diversos pasajes de las obras sonadas. 203
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