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CLAUDIO ZUDAIRE Si su presentación entre nosotros había volatilizado todo vestigio de in– comunicabilidad, el ensayo posterior nos lo hizo asequible y familiar. No es fácil olvidar la benignidad de sus observaciones en los pasajes comprometi– dos; aún a conciencia de que la interpretación dejaba que desear, la daba por aceptable. Insistió en el fraseo correcto, en la intención de cada frase, mu– cho más que en detalles de solfeo; muy ilustrativa fue la repetición insistente del diseño «dum hora mortis venerit» con que finaliza el motete Dulcis ami– ca, cuyo aquilatamiento fue trabajoso. No le dolía demasiado sacrificar la sutileza de un cromatismo, si con ello conseguía mejor comprensión y expre– sión del contenido musical, lo cual no significa que devaluase sus malabaris– mos harmónicos. Comentando sus Responsorios, le advertimos que en uno de ellos parecían advertirse ciertas erratas, que no nos atrevíamos a corre– gir; con el papel en la mano, sonriendo admitió que eran claras erratas, que no admitían dudas porque «aliquando bonus dormitat Homerus»; curiosa– mente hizo la cita tal como la puso Cervantes en boca del bachiller Carrasco, no según el texto horaciano. Por la tarde nos dieron un concierto con la colaboración del violinista Don José Antonio Huarte. Interpretaron, entre otras obras, la Sonata de Joaquín Arana, y la Sonata da Chiesa de T. Albinoni, ambas realizadas por el P. Donostia para violín y piano. Después del concierto formal, se empe– ñó, en el ambiente familiar estudiantil, en que tocásemos las «Infantiles» para piano; sabía que Lorenzo Ondarra y yo habíamos jugado con ellas, pero no nos atrevíamos a repetir el osado intento en presencia del autor, por fin nos sentamos, corriendo él mismo con la parte del profesor. Sus observa– ciones ilustraron los diversos números y ayudaron en la interpretación. De viaje a Irún, en el «trenillo» que recorría el curso del Baztán-Bidasoa, oyó a un labrador que salía con su yunta hacia el campo, silbando distraidamente una melodía: la estampa y la evocación de la tonada inspiraron el primer nú– mero de las Infantiles «el boyero» (Itzaia). El dibujante de la primera edi– ción de esta colección no acertó con las viñetas alusivas a la «cantilena ro– mántica» (Amets-leloa): nada más lejos de la mente del P. Donostia que componer una pieza romántica al uso; al escribir este precioso número, se imaginaba el balanceo de las elementales y rudimentarias marionetas de las ferias de nuestros pueblos, simulando un baile, con las vacilaciones propias de tales «retablillos». Y como el cuaderno que comentamos rebosa ingenui– dad y humor, estimó oportuno terminarlo con una broma, un «vals fugado» fundiendo y hermanando la seriedad de la fuga con la ligereza de la danza, sobre el tema del canto del cuco. La dificultad de esta última obrita supera la habitual en el conjunto que comentamos, en razón de que se da por senta– do que el alumno ha progresado en capacidad técnica e interpretativa. Nos maravilló la fuerza que imprimió a ciertos pasajes y la riqueza de recursos de sus manos; gracias a su habilidad el intento no fue fallido por completo. Le hubiera gustado repasar también «el vals parabólico» (La Valse en la edición Archivo P. Donostia), pero no fue posible. Una lástima porque «la música se escribe para ser interpretada, no para que se empolve en los archivos» como él mismo gustaba de recordar. 202
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