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Mis recuerdos se remontan a los años en que el P. José Antonio de S.S. estaba, para mí y mis compañeros, aureolado de una consideración casi mí– tica. Pero no por ello, mi relación ha de verse ungida de ilusiva admiración, tal es mi intento; la simple narración, sin adornos, será su mejor ropaje.Sien– do estudiantes teólogos en el convento de Pamplona (Extramuros) tuvimos la oportunidad de entablar relación con él en dos ocasiones: la composición de los responsorio'> de Semana Santa para voces graves, y la conferencia que nos dio sobre música religiosa. En ella vertió las ideas básicas que sobre este tema acariciaba, salpicando su exposición con las pertinentes anécdotas y alusiones a músicos y músicas más o menos conocidos por nosotros. Su in– greso en el aula, caminando con menudo y ligero paso, sin contundencia, con la sonrisa y lamirada de acogida cordial hacia los estudiantes, hizo desa– parecer todo vestigio de distanciamiento que su renombre había generado en nosotros. Con bastante temor habíamos preparado algunos motetes de música re– ligiosa, bajo la dirección de José Luis Ansorena; entre ellos, «Dulcis Ami– ca», «Benedictum sit» y «Caligaverunt» cuyas disonancias, enharmonías y cromatismos entrañaban cierta dificultad. Las dos primeras obras habían sido compuestas por el P. Donostia en 1943, el año de su regreso a España, época en que sus ideas le empujaban hacia la renovación de la estética musi– cal de la polifonía religiosa. No pretendía convertir los motetes en cátedra de estética o de tecnología de vanguardia; tenía muy claro el concepto sobre el papel que juega la música en la iglesia: está al servicio de la letra y jamás deberá ser obstáculo para que el sentido invada la mente y el corazón, sino por el contrario, apoyo, refuerzo, revestimiento de las ideas y sentimientos; condición necesaria es, por tanto, la nobleza de la letra. El músico sentía ho– rror por el cúmulo de melodías y letras que por entonces pululaban en torno a las funciones sacras, en alarde de facilona reminiscencia, dulzona y falta de inspiración. Fue muy respetuoso quizá demasiado, con obras y personas co– nocidas, y alabó los buenos ejemplos, dignos de elogio. 201

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