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CLAUDIO ZUDAIRE la frase de John Cage: «Es mejor componer una pieza de música que ejecu– tarla, mejor ejecutarla que escucharla, mejor escucharla que usarla como medio de distracción o de adquisición de «cultura». Con la idea de de preparar una colección de obras para voces blancas, el P. Carlos de Espinal iba recogiendo motetes y canciones que, mantenien– do nivel técnico aceptable e inspiración noble, sirviesen de base a un cancio– nero digno y útil para las escolanías que entonces florecían en el País Vasco Navarro. Había incluido varias obras del P. Donostia, pero pretendía ofre– cer dos primicias, compuestas ex profeso para el cancionero. Para una de ellas le sugirió utilizar la melodía del Argizariak Zelutik y a la que aplicaba una letra cuyos primeros versos decían: «Gózate Virgen María, gozo de la Trinidad». Conocida la veneración y conocimiento que el P. José Antonio demostró siempre por los clásicos castellanos, era de esperar que tales ver– sos le inspirasen una gozosa armonización, como así fue. El segundo motete debía ser una armonización para tres boces blancas de la prosa gregoriana «Virgo Dei Genitrix», armonizada antes para voces mixtas. El domingo si– guiente había terminado la primera y copiaba la segunda. Dos finales tenía previstos para el amén, los tocó al piano y preguntó: «¿Cuál os gusta más?». Coincidimos en la preferencia por la terminación modal, menos rotunda, que gozaba también de su favor, y añadió: «un acorde es algo muy serio». En la polifonía de la última época, se traduce este respeto por el acorde, en fre– cuente huida del mismo deslizándose hacia otro color sonoro. El buen humor al que nunca renunció hasta que la última enfermedad lo minara, hacía su aparición continuamente en sus conversaciones. Más de una vez, el Venerabilis Barba dio pábulo a sabrosos comentarios. El tema, recuerdo de entonación salmodia!, se ve tratado, sorprendentemente, en rit– mo de vals, entonado por el bajo, mientras el resto de las voces acompañan entonando cacofonías y extrañas o cómicas conjunciones silábicas. Alguna vez interpretó la tocata para órgano que compuso sobre el diseño «do, si, re, do», jugando con la analogía fónica de Dositeo (nombre de un compañero con quien bromeaba por el contraste de su veta poética y su rollizo aspecto). El pedal enuncia tres veces el tema, en notas largas y redondas, al tiempo que las manos evolucionan ligeras y menos «pesantes». Puso música a un so– neto que el P. Dositeo escribió, en prueba de aprecio, pero la sobreabun– dancia de «desiderativos» (atraviesa, derrite, arranca, purifica, etc.) pare– cen no hacerle demasiado feliz; el primer ímpetu con que arranca el motete se ve seguido sin solución de continuidad por una pendiente modulatoria, que lo diluye hasta terminar en contemplación casi quietista, en el último terceto. ¿Asomaba aquí el talante indulgente, benévolo y humorista del mú– sico? Imperdonable sería omitir la simpatía que abrigaba por Satie, cuyas obras pianísticas pasaban asiduamente por sus dedos. Había cierta conver– gencia de la visión del mundo desde la atalaya del humor entre ambos perso– najes. Se conserva una partitura copiada de mano del P. Donostia, en sus años juveniles, quizá la primera que caso en sus manos, que termina con un «¡Gora Satie! muy significativo. Creo que a él oí contar la anécdota atribuida 206

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