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- 99 - los Santos Lugares, Eugenio III le confía la misión de predicar la Cru– zada, y Bernardo comienza su cometido en Vezeley, en su Borgoña natal, para pasar luego a Germania, donde levanta los ánimos de aque– llos caballeros cristianos. Al mismo tiempo desarrolla una intensa actividad literaria: es– cribe sobre programas de gobierno pastoral, comenta el Cantar de los Cantares, predica homilías y sermones, refuta la herejía, soluciona epistolarmente cuantos problemas le presentan. No por ello abandona el cultivo interior de su alma: lleva al mis– mo tiempo una vida monástica, política, apostólica y contemplativa. "Es el mayor místico al par que el hombre más activo de su siglo" (23). Muere en el año 1153 y Alejandro III lo eleva al honor de los altares en 1174. Siglos más tarde, Pío VIII lo nombrará Doctor de la Iglesia Universal. La fama del gran restaurador del Císter se extendió rápidamente por toda Europa y sus escritos corrían de mano en mano, según el pro– pio testimonio de San Bernardo (24), por lo que alcanzaron inmedia– tamente gran difusión. Ya en vida del Santo, sus hijos espirituales llegaban al antiguo Reino de Navarra y colocaban las primeras piedras de lo que, con el correr de los años, había de ser el gran monasterio de Nuestra Seño– ra de la Oliva, en Carcastillo, a orillas del río Aragón. Por las calles de la vieja Náxara se oía a diario el golpear de los bordones de los peregrinos que se dirigían a Compostela a visitar la tumba del Após– tol: miles y miles de peregrinos alemanes, franceses, nórdicos y me– ridionales recorrían el Camino de Santiago, portadores de nuevas ideas, de distintas culturas, de las inquietudes espirituales de la Euro– pa medieval. No es aventurado afirmar que muchos de ellos se des– viarían de su ruta para rezar ante la tumba de San Millán de la Co– golla, a unas leguas del Camino. Qué más natural, pues, que el nombre de San Bernardo llegara también a aquel rincón de la Rioja en que moraba Berceo y que los monjes de San Millán, prescindiendo de las rivalidades que pudieran caber entre monjes blancos y negros, se interesaran por la persona y por los escritos del nuevo Apóstol de Europa para enriquecer los fon– dos de la biblioteca monacal. (23) Germán PRADO: Introducción General, en Obras de San Bernardo, Abad de C/araval... , Madrid, B. A. C., 1947, pág. 13. (24) SAN BERNARDO: Cartas 52, 74, 88, 89, 153, 154, en Obras Completas, Ma– drid, B. A. C., 1953-1955, vol. II.

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