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- 113 - go idealizado, que todo es en él placentero, que no tiene la menor ta– cha; pero también sabemos que Berceo era poeta... y veía con ojos de poeta. Y aquí es precisamente donde creemos se debe colocar la fuente de la Introducción. Mientras Berceo era apenas conocido y menos to– davía estimado, la pregunta surgía sola: ¿De dónde pudo sacar este cultivador del mester de clerecía página tan brillante? Hoy, en cambio, lo que debería sorprendernos es que poeta de tal sensibilidad y tan fino observador no nos hubiera dejado siquiera un boceto de aquellas idílicas rinconadas. Por lo tanto, a la inspiración poética de Berceo debemos atribuir este cuadro, mientras no encontremos pruebas que demuestren lo contrario. Intimamente ligado con el anterior se nos presenta el problema del tratamiento alegórico del prado. Berceo era poeta y, además de poeta, era un hombre medieval; y es sabido que para un hombre de la Edad Media el simbolismo cons– tituía una especie de forma mentis: toda la realidad del mundo, sen– sorial o no, admitía una formulación simbólica, como los animales, los colores, los números ... (75). No olvidemos que también era clérigo y, como tal, tenía que co– nocer una larga teoría de exégesis bíblica alegórica. Es seguro que habría leído el Cantar de los Cantares, en el que " ...la naturaleza presta sus galas al poeta para pintar la belleza y encantos corporales, para describir la virtud y la gracia, para repre– sentar la ternura, fuerza y vehemencia del amor; cuanto de noble y hermoso, fuerte o bello hay en el reino animal y vegetal, cuanto la naturaleza ofrece de agradable en color, sabor y aromas, según el gus– to oriental, le sirve para expresar lo que sienten y son los esposos el uno para el otro... Para el esposo ella es azucena entre espinas (2,2), su paloma, su única, la más hermosa entre las mujeres, toda hermosa y sin manci– lla (4,7), huerto cerrado cuyos renuevos son un vergel de granados de frutos deliciosos, flores de cipro con nardos, azafrán y canela y toda clase de arbustos aromáticos, mirra y áloe y bálsamo el más exquisi– to (4,12), fuente sellada, pozo de aguas vivas y de arroyos que corren del Líbano (4,15), viña (8,11); sus labios destilan miel..." (76). A mayor abundamiento, a un hombre que capta hasta los últi– mos detalles no se le pudo pasar por alto el hecho de que la liturgia, en el rezo de las horas canónicas y en la misa de las festividades de (75) H. F. DuNBAR: Symbolism i11 Medieval Thought and its consummation in the Divine Comedy, New Haven, 1929. S. BAYRAV: Symbolisme médiéva!, Estambul, 1957. (76) SrnusrER-HoLZAMMER: Historia Bíblica, Barcelona, ELE, 1934, vol. 1, pá– gmP. 785.
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