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Aconsejo vivamente a las directivas de los coros que velen para alcanzar par¡¡. sus agrupaciones una crítica exacta, leal, sincera. Que luchen contra los eritreos o cronistas bobalicones que, con buena voluntad, no lo dudo, dedican párrafos y ditirambos exage,rados a "sus" canto.res, traicionándo– les por entumecer· su sensibilidad artística, cultivando su vanidad. . Estimo que el apoyo que los coros se merecen y pueden prestarles cuan– tos pisen el terreno de la crítica o crónica musical, e¡¡: .no. silenciar nunca sus inte-rvenciones, comentándolas antes y después; calibrar el esfuerzo y tarea de los que más trabajan, ensayan, se prodigan, llevando la cultura de todos los rincones o la música vasca por tierras extrafias; dar un trato de igualdad a los coros, sin influencias de nombres, amistades, preferen– cias personales, elle. En cambio, al enjuiciar la categoría artísti.ca del criticado, que se con– duzcan con nobleza, seña}ando virtudes y defectos, exigiendo más a los qúe más represent¡¡.n a nuestra cultura. ·Conviene que las críticas presen-,. ten pequeños estudios comparativos, alza y declive de los coros, los pro– gramás, los compositores, etc., algo que siemp'.te estimule y que esté tan lejos de la crítica destructiva como de la adulación, que también es des– tructiva. Ante la noble y delicada labor de los críticos, de ninguna manera en– cuentro excusable renunciar a leerles, aunque sus opiniones sean adversas y aun equivocadas. Penosamente registramos estos días un ataque a un crítico, que de algún modo puede, servir de modelos Me refiero a José María Aguirre, autor de la sécción "Discotec·a 72" en "La Voz de España". Yo veo en él una pluma insobornable, que lucha por el esclarecimiento de la verdad. No digo que siempre acierte, pero lucha por conseguirlo, que es lo válido. Lo que ocurre es que está dando en teclas amargas y en llagas que duelen, Tacharle de "caprichoso", sin más argumentación que la empleada, me ha parecido comple!Jamente improcedente y, por supuesto, muy caprichoso. Para todos deseo de corazón la elegancia de procurarse la crítica exacta, la humildad de eler. con sencillez los propios defectos y virtudes, y el agra– decimiento para con quienes enjuician desinteresadamente las propias in– tervenciones. Y puesto que estamos nosotros entrometidos con estas Une.as en el terreno escabroso de 1a C!"itica casera, demos un paso más y atrevámonos con algo sagrado. ,Lo hago con una pizca de miedo y una buena dosis de re-speto. Hablemos sobre el folklore. El folklore, ¿ opio de nuestro pueblo? Los compositores de vanguardia no tienen freno, cuando se trata de en– juiciar el folklore. Luis de Pablo, más comedido; Bernaola, más acerado, nos dieron en las decla!"aciones del artículo anterior la medida de la opinión que priva en– tre ellos. Es fre-cuente leer en las historias modernas de música, escrito no sin sorna, la clara división entre los compositores al día y los "folklóri– cos". Junto al folklorismo, los compositores de vanguardia atacan por igual el "nacionalismo", considerando a ambos "ismos" un duro cinturón del que hay que liberarse. Lanauri en el estreno reciente dé su "Ezpatadantza" decía: "No he querido tratar un tema popular. Lo popular... no es un trabajo -12-
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