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298 F. ELIZONDO nos ejemplos; pero nada más. Falta el estudio minucioso y comparativo, que nos ofrezca datos ciertos y esclarecedores. Tal vez este planteamiento no agrade a ciertos ambientes de tendencia magnificadora, por estimar que se empobrecería la supuesta originalidad de la vida capuchina. No lo creemos. Se pondría cada cosa en el lugar que le corresponde, lo cual siempre es deseable, y, a 'la vez, se comprobaría la absorción de las más auténticas esencias espirituales franciscanas por parte de la familia capu– china. Tal vez, algunos detalles podrán tener origen en casa extraña: serán pocos y de escasa importancia: nunca y en nada, determinantes. También la mentalidad del siglo en que se vive en torno a la concepción del hombre, del cristiano y del religiosp deberá tenerse en cuenta, pues siempre influye en toda institución eclesiástica y civil. Pero las verdaderas y profundas fuentes de la vida ideada por la reforma capuchina hay que buscarlas principalmente en la orden franciscana. 2, •· Equilibrio contemplación-acción No fue fácil a los capuchinos el establecerlo. Como tampoco a otras reformas franciscanas. Las crónicas del siglo XVI presentan frecuente– mente ejemplos de religiosos entregados a la contemplación y al servicio de los demás. Es normal que, en el laudable afan de vivir íntegramente la vida minorítica, los primeros capuchinos acentúen el aspecto que más fácilmente olvida la naturaleza humana: la oración; mejor, la contem– plación. Por el esfuerzo, por el trabajo y por la dificultad que entraña. Ni siquiera hay que acudir, para explicarlo, a la mentalidad de los cenácu– los de oración en el siglo XVI. Basta recordar la historia de las reformas franciscanas en los siglos XIV-XV, y los cauces nos conducen a las mismas fuentes: al seráfico padre y su encarnación profunda del binomio con– templación-acción, alejamiento-presencia entre los hombres; binomio de difícil desarrollo en una agrupación numerosa de personas. Los legisla– dores de 1536 intentan realizarlo; pero los de 1552, por algunas correccio– nes hechas al respecto, patentizan su no consecución total. Pero el ejemplo ahí está. Y muy actual. La concepción activa de la vida, el desasosiego por el trabajo cotidiano, el continuo movimiento sin espacios convenientes de conversación pacífica y tranquila con Dios, ten– drán de todo menos de franciscano o capuchino. ¿Es la mentalidad mo– derna? ¿Es el discurrir de la sociedad agobiada? Poco valen los argumentos para quien se mueve por otros principios y quiere encarnarlos hoy. Tam– bién existe afán de dinero; también, ansias de comodidad. Y el capuchino se empeña en derivar hacia otros derroteros. 3. Pobreza y austeridad de vida Otro de los elementos que hace impacto entre los hombres del siglo XVI es la estampa del capuchino rabiosamente pobre y chillonamente austera: en los conventos, en las iglesias, en los vestidos, en los alimentos y en el ajuar. Científicamente está demostrado que los nuevos religiosos sólo
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