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FIDEL DE PAMPLONA numerosos a la sagrada mesa. Y qU1isiera el Señor que esta hamlbre del pan celestial y esta sed de' la sangre divina fuesen cada vez más ardientes en todos los homibres de cua~quier edad y condición social. Debemos,· sin embango, reconocer que las particulares condiciones de los tiempos e'n que vÍvimos han introduddo muchas modificaciones en las costumbres de la sociedad y de la vida común, por lo·cual surgi,rían grave~ dificultades que pudieran alejar a los hombres de la participación en los misterios divinos si la ley del ayuno eucarístico debiera obse'rvarse plena– mente, como se ha hecho hasta ahora. Ante todo, es bien sabido que el número de los sacerdotes e's hoy insu- . ficiente para lasr necesidades siempre crecientes de' los fieles : especialmente en los días de fiesta tienen que someterse a un trabajo con fre 1 cuencia ex– cesivo, y sre ven alguna vez <Ybligados a celebrar el sacrificio eucarístico más tarde, incluso a binar, o a ternar, o a afrontar un pe'sil!do camino para no dejar sin la santa misa notables porciones de su grey. Este trabajo ago– tador pedido por el sagrado ministerio debilita ciertamente ra salud de los sacerdotes, y tanto más que aparte' la celebración de la santa misa y la ex– plicación del Evangelio, tienen que atender a las confesiones, a la cateque– sis, satisfacer a todas las obligaciones de su oficio, que cada día les exige más cuidado y actividad. A esto se añade el preparar y utilizar los medios para rechazar los ataques, hoy tan sinuosos y ásperos, movidos desde todas partes contra Dios y su Iglesia. Pero nue·stro pensamiento vuela de manera espedalís,ima a aquellos qU1e, dejada ~a propia patria, mar 1 charon a trabajar en regiones lejanas para res– ponder generosamente a la invitación y al mandato del Divino Maestro: "Ld, pues; y enseñad a todas las gentes" (Mat. 28, 19); que'remos decir á los heraldos del Evangelio, los cuales, sosteniendo fatigas afguna vez muy graves y superando múltiples dificultades de viaje, se e'sfu.erzan generosa– mente para que brille ante todas las gentes la luz de la religión cristiana y para que sus fieles, que' mudhas1 veces son neófitos, se alimenten del pan angélico que sostenga la virtud y reavive la piedad. Poco más o menos en las mismas condiciones se encuentran los fieles residentes no pocos e'n tierras de. misión o en otras partes, que se ven pri– vados· de un ministro sagrado para su cuidado espiritual, y por esto forza– dos a esperar la llegada, en hora tardía, de otro sacerdote para poder par– ticipar del sacri:fioio eucarí,s,ti,co y recibir la santa ,comUl!l.ión. Además, con el uso de la maquinaria en la industria, sucede frecuente– mente que muchos obreros, empleados en oficinas, en transportes, en puer– tos o en otros servicios públicos, están distribuídos en turnos, de día y de

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